Asociación Centroamericana Centro Humboldt (ACCH)

30 enero, 2025

Guardianes del clima: sembrando esperanza desde el Corredor Seco

Maximiliano Alvarado Guevara nació y creció rodeado de campos verdes y cielos vastos en el pequeño caserío de Nueva Esperanza, en el municipio de Namasigüe, departamento de Choluteca, en Honduras. Desde temprana edad, aprendió el arte de la agricultura de su padre, quien le inculcó no solo las técnicas para sembrar y cosechar, sino también el profundo respeto por la tierra. Ahora, con más de 18 años de experiencia, Max, como le dicen sus amigos y familiares, no solo es un agricultor, sino un observador climático atento de la naturaleza y su cambiante comportamiento.

Max ha encontrado en el monitoreo climático una herramienta transformadora para proteger sus cultivos, guiar a su comunidad y adaptarse a los desafíos del cambio climático.

Todo comenzó con la instalación de un pluviómetro y un higrotermómetro en su comunidad, un aparato desconocido hasta entonces. “A mi mamá le dijeron de Coddeffagolf si tenía interés de instalar un pluviómetro y ella me comentó, y yo dije que sí, pero no sabíamos qué era un pluviómetro, era nuevo para nosotros”, recuerda. Este dispositivo, que parecía algo sencillo, marcó el inicio de una forma de entender y enfrentar las lluvias.

“La experiencia ha sido muy bonita, en esta comunidad no teníamos pluviómetro, aquí en todo el sector no había”, señala. Ahora, no solo recolecta datos diarios, sino que se ha convertido en un educador informal para su comunidad. “De la comunidad me preguntan qué es eso, qué es esa cajita y para qué sirve, y yo con gusto les digo para qué es”, explica con entusiasmo.

El monitoreo detallado de las lluvias le ha permitido registrar, analizar y prever cómo estas afectan los cultivos. Con ayuda de su familia, recolecta datos diariamente entre las 6 y las 7 de la mañana, anotándolos cuidadosamente en un cuaderno. Antes, solo se podía especular sobre la cantidad de lluvia. Hoy, tiene información concreta: “Es importante para nosotros porque antes nosotros decíamos ‘cayó agua, llovió fuerte’, pero no sabíamos cuántos milímetros habían caído. Ahora sí, uno le da lectura, cuánto cayó de agua, y uno va anotando”.

Este conocimiento es vital en un contexto marcado por lluvias intensas y huracanes que amenazan las cosechas de maíz y frijoles, su sustento principal. Aunque el año pasado perdió gran parte de sus cultivos debido al exceso de agua, el monitoreo le permitirá tomar mejores decisiones en el futuro. “El año que viene me ayudará a decidir en qué momento debo hacer la siembra. Voy a ir a ver el registro de lluvia y si ya ha caído más de 100 mm en al menos cuatro días, ya puedo sembrar”, comenta.

Como miembro activo de la Red de Observación Climática Comunitaria (ROCC), ha participado en intercambios y talleres facilitados por la Asociación Centroamericana Centro Humboldt (ACCH), como parte de sus acciones del proyecto “Preparación y Adaptación ante el Cambio Climático en comunidades vulnerables del Corredor Seco Centroamericano”, con el apoyo de Vivamos Mejor Suiza. 

Estas experiencias no solo lo han ayudado a perfeccionar su técnica de monitoreo, sino también a inspirar a otros. “Hay que enseñarle a la juventud sobre el monitoreo climático. A veces traigo a otros habitantes de las comunidades y les pido que nos sigan apoyando. Es importante tener un pluviómetro en una comunidad y un municipio”, asegura.

Además de agricultor y líder climático, guarda un talento inesperado: el dibujo. Sus obras, llenas de vida y detalle, revelan su faceta artística, la cual se puede apreciar en las paredes de su casa. “Es un pintor de corazón”, comenta su mamá, quien nos indica que él ayuda a profesores y alumnos con sus trabajos que requieren murales y maquetas. Este arte, que desarrolla en sus momentos libres, le brinda una conexión íntima con su entorno. Max no logró finalizar sus estudios, pero nos confiesa que le hubiese gustado ser pintor. 

Max está casado y tiene un hijo, su mayor tesoro y la razón de su esfuerzo diario. Sueña con verlo convertirse en un profesional, ya sea pintor o lo que él decida, siempre y cuando lo haga con pasión. Aunque la educación y las oportunidades son limitadas en su comunidad, Max cree firmemente en el poder del esfuerzo y el aprendizaje continuo, por ello nunca tuvo temor de ponerse a estudiar sobre el monitoreo de precipitaciones.

El monitoreo climático, para él, es mucho más que datos y registros. Es una herramienta para adaptarse, prevenir y cuidar el futuro. “Hemos aprendido bastante. Tal vez con el tiempo, lo valoren más”, reflexiona. Su historia es un testimonio de cómo una acción local puede marcar una diferencia significativa, sembrando esperanza no solo en los campos, sino también en los corazones de quienes lo rodean.

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Doña Silvia Quevedo: Guardiana del Clima y Defensora de los Manglares

En la pequeña comunidad Colonia 03 de Febrero, del área protegida Los Delgaditos, en Honduras, donde los manglares, esteros y playas forman un ecosistema esencial para la vida pesquera, vive Silvia Quevedo Berrío, una mujer carismática, servicial y amante de la naturaleza. A sus 59 años, Doña Silvia ha dedicado su vida a proteger el medio ambiente y liderar iniciativas de monitoreo climático, convirtiéndose en una pieza clave para su comunidad y la región.

La vida de Doña Silvia, a como le dicen cariñosamente, siempre ha estado ligada a la naturaleza. Rodeada de manglares y esteros que albergan diversas especies de valor comercial, entendió desde joven la importancia de preservar estos ecosistemas cuando ayudaba a su hermano en la labor de protección de manglares. Sin embargo, el cambio climático comenzó a alterar su entorno, afectando la pesca, única fuente de trabajo de su comunidad. Fue entonces cuando Coddeffagolf y la Asociación Centroamericana Centro Humboldt (ACCH) propusieron instalar estaciones climáticas en comunidades estratégicas, y Doña Silvia no dudó en involucrarse. “De todo lo que he ejercido, lo que más me ha gustado es medir el dato de precipitaciones porque es una nueva iniciativa para la comunidad”, comparte con entusiasmo.

Cada mañana, entre las 6:00 y las 6:15, Doña Silvia camina hasta un predio baldío para recoger los datos de la estación climática, un trayecto que le exige superar desafíos como enfrentarse al miedo a las vacas que a menudo encuentra en el camino y que nos confiesa entre risas nerviosas. A pesar de las dificultades, su compromiso es inquebrantable: “Nosotros no solo medimos la lluvia, también describimos sus características porque así podemos hacer un reporte a final de mes y enviarlo a Coddeffagolf para los boletines climáticos”.

Los datos que registra no solo sirven para entender las lluvias o las temperaturas extremas, sino que tienen un impacto directo en la vida de los pescadores de su comunidad. “Si hay altas temperaturas, no habrá peces en el mar, y si las temperaturas son muy bajas tampoco. Esta información es de suma calidad para la comunidad”, explica Silvia, destacando la utilidad de los datos para prever los efectos climáticos en la pesca. 

El trabajo de Doña Silvia trasciende la recolección de datos. Su sueño es involucrar a los jóvenes para que aprendan sobre el monitoreo climático y se conviertan en multiplicadores de esta iniciativa. “Mi idea es que los jóvenes vayan aprendiendo de cambio climático y conozcan los cambios en la comunidad”, menciona, enfatizando la importancia de empoderar a las nuevas generaciones. Gracias a las capacitaciones impartidas por ACCH y Coddeffagolf, ha aprendido desde el nombre de los instrumentos como el pluviómetro y el higrotermómetro hasta cómo interpretar los datos que recoge. “Al inicio no sabía cómo se llamaban ni las partes de un pluviómetro, pero ahora no solo aprendí eso, también entiendo cómo afecta la cantidad de lluvia a nuestras viviendas y cuándo es el mejor momento para sembrar”.

Ahora, Doña Silvia forma parte de la Red de Observación Climática Comunitaria, (ROCC), donde ha construido amistades con observadoras climáticas de otros países. “A menudo nos escribimos para compartir cómo estamos y los desafíos que el cambio climático nos muestra, especialmente en comunidades como la nuestra, que apenas contribuyen al calentamiento global, pero son las más afectadas”.

Doña Silvia no solo ha enfrentado los desafíos del cambio climático, sino también sus consecuencias directas. La tormenta tropical Sara que impactó en la región en noviembre de 2024 en combinación con Giro Centroamericano, inundó su casa, semanas después el agua seguía acumulada enfrente de su vivienda, creando una piscina natural que bloqueaba la circulación y en la que algunos cerdos nadaban, dejando un ambiente pintoresco, pero preocupante. 

Lejos de desanimarse, Silvia muestra su carácter resiliente y su capacidad de encontrar humor en las adversidades. Entre risas, confiesa que, aunque conoce todos los peces por sus nombres, no le gusta pescar porque le tiene respeto al mar y no tolera los movimientos bruscos de las lanchas.

Además de su rol como protectora del medio ambiente, Doña Silvia cuida con esmero a su madre de 93 años, quien padece Parkinson. Silvia divide su tiempo entre el trabajo comunitario y la atención a su madre, demostrando que el amor y la responsabilidad son pilares fundamentales en su vida. Incluso en su hogar, rodeada de árboles y naturaleza, Silvia encuentra consuelo y energía para continuar su labor diaria. Una energía y amabilidad que descubrimos que su madre le ha heredado.  

Doña Silvia es un ejemplo vivo de cómo el compromiso y el amor por la naturaleza pueden transformar una comunidad. Su dedicación al monitoreo climático y su deseo de empoderar a las nuevas generaciones son un recordatorio de que el cambio comienza con pequeños actos. “Quisiera que los jóvenes hagan un efecto multiplicador de esta iniciativa”, expresa con esperanza y confesando con entusiasmo que ya está entrenando a un joven de su comunidad. 

En Doña Silvia Quevedo, la naturaleza ha encontrado una aliada incansable y la comunidad, una líder que, con carisma y energía, enfrenta los retos del cambio climático mientras siembra las semillas de un futuro más sostenible.

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